domingo, 10 de abril de 2011

Capítulo 3


Las dos chicas se recorrieron el centro comercial de Birmingham y arrasaron con todo lo que pudieron.  Conny era propietaria de varias tiendas de animales domésticos en la zona donde vivía Alessia. El negocio le fue tan bien, que intentó abrir más tiendas fuera de la ciudad, que aún estaban progresando. Le encantaban los animales, pero ella argumentaba que no podía tenerlos en casa porque ya tenía demasiadas cosas en las que pensar. Además creía que la gente que compraba animales de compañía era porque, tal y como dice el nombre, necesitan compañía. Ella no la necesitaba por el momento.

Se compraron varios vestidos de fondo de armario, unas cuantas camisetas y pantalones de diario y algunos zapatos. Alessia se había propuesto ir todas las mañanas a correr. Dar una vuelta por el barrio temprano antes de ponerse a trabajar le despejaba la mente de cualquier pensamiento. Compró un par de zapatillas y algo más de ropa de deporte, ya que su sudadera gris del equipo de fútbol de Birmingham, aparte de tener sus años, estaba muy desgastada.

Después de la tarde de compras fueron a tomarse un helado. Conny había cambiado por completo. Se la veía feliz y lista para seguir adelante. Aunque antes de irse de la tienda pidió un cubo de helado de chocolate para llevar.

-          ¿Qué te parece si te vienes mañana por la mañana a correr conmigo? – sugirió Alessia, intentando que su amiga se olvidara por completo de todo el asunto de Mark.
-          ¿Correr? ¿Tú me has visto gorda como para ir a correr? – dijo Conny mirándose el cuerpo. Alessia soltó una carcajada.
-          No, no te veo gorda. Pero el deporte está bien.
-          Nada, déjalo. Mejor otro tipo de deporte… - dijo maliciosamente.
-          Estás enferma…
-          Mira quien lo dice… - Conny abrió el cubo de helado de chocolate y manchó la nariz de Alessia con un poco. Ésta salió corriendo intentando que no le manchara la ropa.
-          ¡Guarda eso! Claro que te vas a poner gorda como te comas todo eso tu sola.
-          Vale. Iré a correr contigo.


Se despidieron y cada una se fue a su respectiva casa a arreglarse. Habían quedado en tomar algo después de cenar, pero no hasta muy tarde, ya que ambas tenían que trabajar. Alessia se puso un vestido negro con un escote bastante llamativo, se soltó el pelo y se lo recogió en una coleta y lo dejó caer en el hombro derecho. Mientras que Conny se puso su falda favorita y su camiseta de lentejuelas de la suerte. Ambas con tacones altos, y dispuestas a comerse el mundo se fueron a un pub en el centro. Encontraron una mesa libre con un par de taburetes y se sentaron. Pidieron un par de cervezas y hablaron de todo y de nada. Incluso de su infancia juntas, de lo mal que lo pasó Conny cuando sus padres murieron en un accidente de tráfico.

Al rato llegó la camarera con un par de cervezas más.

-          Son de aquellos dos caballeros de allí.
-          Oh, qué considerados. Dígale que gracias. – dijo Alessia.

Ambas echaron un vistazo a los dos hombres y bebieron a su salud.

-          El del polo no está nada mal. – dijo Conny.
-          Pero Conny, si son mucho más jóvenes.
-          Tampoco tanto, quizá unos 5 años o así.
-          Cuidado no mires tanto que se te cae la baba y se nota.
-          ¡Anda ya! Más quisiera que babeara por él.

La noche pasó entretenida para las dos, aunque desafortunada para los dos chicos.

Alessia llegó a casa, se quitó los zapatos y encendió la televisión. El contestador automático indicaba varios mensajes de voz. Le dio al play y escuchó atentamente los mensajes que le había dejado su madre. Su madre siempre tan preocupada por ella. “Este domingo me tocará ir a cenar” pensó. Desde que su padre murió de cáncer la pobre mujer se sentía sola. Y ella lo entendía, pero no tenía que pasarse el día entero intentando localizarla. Tenía que rehacer su vida. Buscarse un hobby.

Miró encima de la mesilla del salón y encontró varios periódicos. Les echó una ojeada. A su madre le encantaba la jardinería. Podría sugerirle la idea de abrir una floristería. En el barrio donde vivía ella de pequeña no recordaba que hubiera alguna. También se le ocurrió la idea de comprarle un perro o un gato, pero inmediatamente se olvidó de ello. Su madre nunca había querido tener animales en casa, no iba a ser ese el mejor momento.
Pasada una hora se había quedado dormida en el sofá con la revista en una mano y el mando de la televisión en la otra. No eran apenas las 11 de la noche, pero estaba demasiado cansada.




****




Alessia se despertó de muy buen humor y se vistió perfecta para conocer a ese hombre que había pedido trabajar con ella.

Cuando llegó al edificio la única muchacha que la saludó fue la de recepción.

-          Alessia, Emilie te espera en su despacho.
-          Lo sé, gracias. – dijo con una sonrisa indiferente y cogió el ascensor hasta la última planta del edificio.

En el camino al despacho de Emilie se cruzó con varios hombres que jamás había visto en la oficina, pero que tampoco le importaría volver a encontrárselos. Tocó un par de veces a la puerta y entró. Emilie no estaba sola. Un hombre bastante guapo la acompañaba.

-          Buenos días, Alessia.
-          Igualmente.
-          Quería presentarte a Dan. Alessia, éste chico empieza a partir de hoy a trabajar contigo. Sé que te encanta trabajar en casa, pero esto supone que tenga que cederte un despacho personal en el que tendrás que trabajar.
-          ¿Y qué hay de mi petición de poder escribir sobre lo que yo quiera?
-          Para más adelante. Ahora tendrás a Dan a tu disposición, pero para escribir tu columna.

Siempre lo mismo. Siempre le daba largas sobre lo que ella quería hacer realmente. Paseó su mirada entre Dan y ella. Era demasiado guapo. Y para ser un chico de prácticas, no tan joven.

-          Está bien.
-          Te enseñaré cuál es tu despacho. El de Dan está justo al lado y podréis trabajar juntos sin problemas.

No le convencía demasiado la idea de que aquel chico tan guapo estuviera trabajando codo con codo con ella. Además, le resultaba familiar su rostro. Pero no le dio importancia. Pasó al que iba a ser su despacho de ahora en adelante y después se sentó en su silla. Ni siquiera tenía pensado lo próximo que iba a escribir y ya estaba obligada a ir todos los días a las 9 de la mañana a la oficina. Pero le gustaba demasiado su trabajo. No estaba dispuesta a que un hombre, por muy guapo que fuera, se lo arruinara.

Emilie se asomó a la puerta y le dijo que quería comer con ellos dos a mediodía y se marchó. Dan apareció por la puerta y sonrió.

-          Hola. Ha sido una presentación bastante corta.
-          Sí, bueno, Emilie sólo tiene tiempo para ella. Odia estar haciendo este tipo de cosas. Vete acostumbrando.
-          ¿Puedo sentarme? – dijo señalando la silla de su despacho.
-          Claro. Ya que vamos a trabajar juntos…  - Dan cogió la silla y se sentó. Tenía el aspecto de un tipo bastante mimado. Vestía un traje de color azul marino, una camisa blanca y una corbata roja. Le miró desinteresadamente mientras él le preguntaba cosas de la oficina.
-          Bueno, te elegí a ti por varias razones. – continuó.
-          No hace falta que me las digas si no quieres, si es algo personal… - titubeó un poco antes de continuar – lo respeto.
-          ¡No! Si no es para nada personal. Es solo que mi madre te admira mucho. Lee tu columna en todos vuestros números. Me dijo que estaría muy orgulloso conmigo si trabajaba para ti.
-          Oh vaya, pues sí que es personal – Alessia no sabía dónde meterse. La primera opción que había pensado sobre aquél chico, es que fuera gay, pero no había pensado que su madre estuviera orgulloso de que trabajara para ella. – Bueno… todavía no he pensado sobre qué voy a escribir el próximo artículo. ¿Tú habías pensado algo?
-          ¿Puedo?
-          Siempre que tengas en cuenta que es sobre cosméticos, sí.
-          Tenía algo pensado. Pero lo tengo en casa, mañana me lo traigo o si prefieres te lo mando por e-mail esta tarde.
Parecía dispuesto a empezar cuanto antes. Pero ese día no. Tenía que asimilar unos cuantos conceptos. Sobre todo el por qué le era tan familiar su cara.
-          Sí. Mándamelos esta tarde, pero vamos a comer con Emilie en una hora, así que, mejor que vayamos reservando un restaurante.
-          Yo me encargo. Sé de uno bastante bueno y con clase.
-          Adelante – dijo encogiéndose de hombros.

Después que Dan dejara su despacho, marcó el número del despacho de Emilie.

-          ¿En serio? ¿Por qué yo?
-          Alessia, eres la adecuada. No me vayas a negar que no necesitas un ayudante.
-          ¿Y desde cuándo te he pedido yo un ayudante?
-          Podrías dar las gracias. Que además el tipo no está nada mal. Rubio, de ojos azules…
-          Ya. No necesito que me busques ningún novio, Emilie.
-          No te lo he buscado, pero si surge…
-          ¡No va a surgir!  - dijo al borde del colapso, pero se dio cuenta de que Dan estaba en la puerta esperando que ella terminara de hablar. – Perdona, ahora te llamo.  

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